¿Qué Oviedo quieres? La decisión está en La Vega

Pocas ciudades disponen actualmente del potencial que confiere un solar de 122.000 metros cuadrados en pleno corazón de la urbe. Es decir, la posibilidad de rediseñar el centro de la ciudad, duplicándolo de largo y además partiendo de cero. Para hacernos una idea de la actuación, basta comparar las dimensiones de La Vega con las del Campo de San Francisco, cuyas zonas verdes ocupan 55.000 metros cuadrados. Hablamos de más del doble. ¿Qué harías con ese suelo para mejorar Oviedo? ¿Pisos? ¿Un polígono industrial? ¿Zonas e instalaciones de disfrute ciudadano? Esa es la clave última que reposa tras los inmuebles de la antigua Fábrica de Armas, que ahora el Ayuntamiento va a negociar con el Ministerio de Defensa, propietario de los terrenos y a priori proclive a un acuerdo si se satisfacen sus demandas económicas.

La Vega está valorada aproximadamente en 40 millones de euros. Lo que habitualmente no se cuenta, sin embargo, es que hay que descontaminarla (como sucedió en La Manjoya), amén de rehabilitar los edificios de interés. Lo cual, en total, supondría otros 40 millones de euros. Es decir, que aunque el ministerio cediera su propiedad a cambio de una compensación económica, Oviedo tendría que asumir, junto a dicha compensación, el importe de la descontaminación y rehabilitación. Todo, con sus presupuestos municipales. El primer dilema, pues, es cuánto dinero de los impuestos va a comprometerse en la operación, y que recibirá la ciudadanía que paga esos impuestos a cambio. En estos tiempos, aumentar una partida presupuestaria implica invariablemente reducir otra. Lo sabemos de sobra por lo sucedido desde 2008 con la Sanidad y la Educación, por ejemplo.

En cuanto al uso, La Vega agrupa suelo calificado ahora como industrial. El Ayuntamiento puede recalificarlo, en función del futuro que decida darle. Si opta por el habitual aprovechamiento residencial y comercial, como hizo en el cercano solar de El Vasco, donde se derribó la antigua estación ferroviaria, el resultado será el que ya vemos alzado: bloques de viviendas de precios lógicamente elevados por su ubicación, acompañados de las inevitables galerías comerciales pensadas para franquicias por el mismo coste de arrendamiento. La operación de El Vasco, huelga decirlo a estas alturas, fue ruinosa para el concejo, a pesar de regalar el terreno, como sucedió en la asociada construcción del Palacio de Congresos de Calatrava en Buenavista. Decenas de millones de euros en pérdidas entre ambos, que precisamente lastran los presupuestos locales y que seguirán haciéndolo. Una mala decisión política tarda lustros en pagarse.

Sin embargo, más allá de estas cuestiones se encuentra el modelo de ciudad que Oviedo necesita para el futuro. La Vega puede convertirse en un barrio residencial de lujo, cierto. O en otro polígono industrial en busca de inversores de los muchos que existen en Asturias, con el consiguiente gasto para primero dotarlo de infraestructuras tecnológicas sin saber si existe demanda real. O La Vega puede convertirse en un entorno pensado para la ciudadanía que facilite la convivencia y la cooperación. Oviedo carece de espacios abiertos para grandes acontecimientos, para celebraciones multitudinarias, pero también para encuentros profesionales y empresariales como los que sitúan en el mapa a muchas capitales europeas. El problema de las ciudades contemporáneas precisamente consiste en que, más allá de sus dimensiones, se han quedado pequeñas. Por un lado, pequeñas para sus vecinas y vecinos, a quienes asfixian con las edificaciones residenciales plantadas por doquier durante las décadas del ladrillo, con el tráfico rodado consiguiente, sin apenas zonas verdes ni espacios de reunión. Pero también ciudades empequeñecidas para abrirse a un mundo interconectado, lo cual requiere la capacidad de organizar eventos y mostrar un lugar amable, moderno, ejemplar, donde desarrollar iniciativas de progreso.

La Vega, que reúne todas las posibilidades, además de historia, patrimonio, el Camino de Santiago y la Ruta de la Plata, podría convertirse en un ejemplo de ese otro urbanismo que necesitan las ciudades del siglo XXI. Huyendo de la sempiterna especulación del ladrillo, que generó la crisis de 2008, y optando por un modelo de crecimiento, convivencia y futuro diferente, sostenible y humano. Por eso Oviedo se juega tanto en esos 122.000 metros cuadrados.