El Miradoriu

Oviedo ha sido durante siglos la capital de Asturias, lo que le permitió reforzar su atracción territorial para ejercer otras funciones de indudable interés económico, como el comercio, los servicios o el transporte. Pero la capitalidad no es solo el resultado de una decisión política reeditada en múltiples ocasiones, sino también el reflejo político-administrativo de una cualidad territorial más profunda y significativa: la centralidad geográfica.

La centralidad sí que es una cualidad única que no pueden tener dos lugares a la vez, y para que ese valor insustituible trascienda de lo local y sea útil al conjunto del territorio es necesario que se asuma la responsabilidad común de reconocerla y dotarla adecuadamente, pues ello significa mejorar la eficiencia de los servicios de los que disfruta toda la ciudadanía.

Lo mismo se puede decir, por supuesto, de la importancia general que tienen las inversiones públicas en las infraestructuras portuarias de las ciudades del litoral o las que necesitan, ahora más que nunca, las cuencas mineras y las comarcas de las alas de Asturias. La cohesión territorial se asienta en el beneficio mutuo.

Pues bien, es necesario admitir que la capitalidad no ha sido aun suficientemente reconocida ni regulada en la legislación y la planificación autonómica y tampoco se han abordado los problemas que de ese hecho se derivan, desde la confusión competencial a la descoordinación urbanística, las cargas financieras o las secuelas ambientales ligadas al tráfico y claramente relacionadas con el desempeño de las funciones de alcance autonómico que se ejercen desde la capital.

Quizás fuese conveniente comenzar a construir el Área Metropolitana desde la consideración de las singularidades, las potencialidades complementarias y las necesidades específicas (además de las comunes) de las comarcas y ciudades de Asturias, antes que hacerlo a partir de modelos burocráticos impuestos de arriba abajo.

 

Manuel Maurín
Profesor de Análisis Geográfico de la Universidad de Oviedo